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jueves, 20 de noviembre de 2025

"Dígalo ya ... pero dígalo bien"

En las últimas semanas, mientras la ciudad despierta entre notificaciones y pantallas encendidas, un fenómeno recorre las redes sociales como un eco distorsionado: influencers que, sin mayor rigor que la prisa por sumar vistas, lanzan “noticias” sin respaldo, sin fuentes y, sobre todo, sin responsabilidad. Se presentan como voceros de la verdad inmediata, pero lo que dejan tras su paso es una nube de confusión, rumores y medias verdades que, en ocasiones, lastiman más que informan.

A cada minuto, un video grabado a la carrera, mal iluminado y peor investigado, se viraliza. El creador sonríe a la cámara mientras asegura tener “la exclusiva”, pero detrás de esa seguridad no hay más que improvisación. En sus palabras no hay contraste de datos, no hay contexto, no hay ética. Solo ruido. Un ruido que, en tiempos de inmediatez digital, puede convertirse en tormenta.

En contraste, lejos de los reflectores fáciles, el periodismo móvil —ese oficio que aprendió a caminar con un teléfono en la mano sin renunciar al rigor— continúa demostrando que la tecnología, en manos responsables, es una aliada. Los periodistas móviles cruzan calles, se acercan a los hechos y dialogan con las fuentes. No temen pausar para verificar, ni borrar una toma si lo que está en juego es la veracidad. Su trabajo no se mide en “likes”, sino en servicio público.

Con un mismo dispositivo, uno genera contenido y el otro genera información. La diferencia está en la formación, en la ética y en la convicción de que comunicar implica un compromiso con la colectividad. Porque sí: un celular puede ser una herramienta poderosa, pero solo cuando se usa con criterio, conocimiento y respeto por la audiencia.

De este contraste surge una pregunta que retumba entre aulas, redacciones y calles:
Dígalo ya… pero dígalo bien.

Para eso —y para mucho más— existe la academia. Esa trinchera donde se enseñan las técnicas de verificación, el manejo consciente de los dispositivos móviles, la importancia del contexto y el peso de cada palabra emitida. Allí se aprende que informar no es improvisar; que dar voz a la comunidad requiere preparación, sensibilidad y, sobre todo, responsabilidad.

Mientras los influencers buscan viralidad, el periodismo móvil continúa buscando verdad. Y en tiempos donde cualquiera puede grabar, pero no cualquiera puede informar, la mejor herramienta sigue siendo la formación. Porque solo así, en medio del ruido, las noticias verdaderas podrán seguir llegando claras, precisas y con sentido para quienes más las necesitan: la colectividad.

 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

CRÓNICA: ENTRE SUSCRIPTORES Y ACOLITANTES — LA NUEVA BRECHA DIGITA


En la ciudad, cuando cae la tarde y se encienden las pantallas, emerge un mundo paralelo donde se cruzan deseos, admiraciones y estadísticas. En ese universo conviven dos especies digitales: los consumidores de OnlyFans, y los acolitantes de sus Only-amigos, esos que apoyan sin pagar, pero se sienten parte del proceso.

Los primeros —los suscriptores— suelen moverse con naturalidad entre tarjetas virtuales, pagos recurrentes y cuentas verificadas. Son parte de una economía digital donde el contenido íntimo, exclusivo y personalizado se compra como quien pide comida por una app. Para ellos, OnlyFans es un servicio más: pagan por lo que desean ver, por la fantasía que no exige compromiso. Suelen navegar desde una posición socioeconómica más cómoda, donde gastar entre 5 y 20 dólares al mes no representa un dilema moral ni financiero. Pagan, consumen y siguen.

Los segundos —los “acolitantes”— viven en la periferia de esa economía. No necesariamente tienen recursos para suscribirse, pero sí tiempo, complicidad y un extraño orgullo barrial. Son los que comparten links entre panas, los que reaccionan a historias sin soltar un centavo, los que motivan: “Dale, ñaña, métale nomás, usted puede con ese Only”. En su mundo la moneda es distinta: apoyo emocional, hype social, pero no suscripción.
Esta tribu es testigo de la creación, pero rara vez cliente de ella.

La brecha entre ambos grupos no es solo monetaria; es una brecha simbólica.
El consumidor de OnlyFans representa al usuario habitual del mercado digital: cómodo, privado, distante.
El “acolitante”, en cambio, pertenece a una economía en la que el dinero circula menos, pero la comunidad pesa más: apoyan, celebran, difunden… pero no pagan.

Al final, ambos habitan el mismo ecosistema virtual, pero en pisos distintos.
Mientras los suscriptores sostienen la industria con dólares reales, los acolitantes sostienen el mito, la fama local y la narrativa que convierte a una creadora de barrio en leyenda digital.
Es la nueva brecha socioeconómica de la era del contenido íntimo: algunos pagan por mirar; otros solo miran cómo otros pagan.

Y así, noche tras noche, ambos mundos siguen coexistiendo, conectados por deseo, curiosidad y un algoritmo que nunca duerme.